Hoy fue uno de esos días que se quedan grabados con una sonrisa. Nos fuimos a dar un paseo por la Presa de la Olla, ese rinconcito tan querido de Guanajuato donde el tiempo parece caminar más lento y el aire huele a historia, árboles y tranquilidad.

Entre las risas, el sonido del agua y el vaivén suave de las ramas de unos vetustos arboles, nos dejamos llevar por la calma del lugar. Los patos nos saludaban con gracia y hasta un vendedor de nieves nos convenció con una sonrisa irresistible (y un helado de guayaba que sabía a gloria).

Caminar por la orilla, entre árboles altos y sombras frescas, es como darle un abrazo al alma. Las familias, las parejitas, los músicos callejeros… todo formaba parte de una postal viva y colorida.

Luego bajamos caminando hasta la Escuela Normal, admirando el barrio y las hermosas casas afrancesadas.

Definitivamente, la Presa de la Olla no es solo un lugar, es un momento bonito esperando a repetirse.