El 26 de octubre de 1760 nació en Tapalpa, Jalisco, un hombre que sería testigo y protagonista de los años finales del siglo XVIII y el inicio de una nueva era. Hijo de Antonio Feliciano Michel-Ordóñez López Buezo y de Agustina María Vázquez Preciado —quienes habían unido sus vidas en Tapalpa en 1756—, creció en una familia profundamente enraizada en la región serrana del sur de Jalisco: Antonio María Michel Vázquez.

A los 22 años, el 15 de mayo de 1782, contrajo matrimonio en la iglesia de San Miguel Arcángel de Ejutla, con Antonia Ubalda de la Trinidad Pérez de Alencastre y Vázquez. La ceremonia, celebrada en uno de los templos más antiguos de la zona, unió a dos familias de larga tradición en la historia jalisciense. Más allá de las fechas y los nombres, su vida refleja el espíritu de una época marcada por el cambio, cuando las comunidades del sur de Jalisco comenzaban a formar la identidad que siglos después seguiría viva en sus descendientes.

Para hacernos una idea, hoy son 117 km entre ambas poblaciones, con dos rutas conocidas partiendo de Tapalpa: una rumbo a Chiquilistlán, pasando Tecolotlán y Juchitlán para llegar a Ejutla; la otra por San Gabriel y Tonaya. Imagino que usaron la primera ya que el rancho Las Piedras, donde habitaban, está más cerca de Chiquilistlán. Eran por lo menos dos jornadas de viaje para trasladarse entre Tapalpa y Ejutla.

Tuvo 15 hijos. Yo desciendo del doceavo hijo.

Antonio María es mi tatarabuelo y mi apellido es igual al de él. Los Michel y los Vázquez cruzaron sus linajes varias veces, por lo que se dificulta el estudio de la familia, según cita Sylvia Herenia Corona Cortés.

Me gusta pensar en nuestros ascendientes, esas personas valientes a quienes les tocó abrir caminos, literalmente, y crecer trabajando duro.