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Tomamos un tren desde Rotterdam, Liliana y yo, y por estar platicando nos equivocamos y montamos uno equivocado. Nos reímos mucho y media hora después íbamos ya en el camino correcto. Delf, una ciudad entre Rotterdam y La Haya, es famosa por su bellísimo e histórico centro. Es una ciudad que nació en el s. XIII y que por cuestiones de guerras y cosas de esas, al fallecer allí Guillermo de Orange fue enterrado en la “Iglesia Nueva”, iniciando así una tradición con esa familia, por lo que en esa iglesia existe una tumba monumental de la familia real desde hace más de 500 años.

Pero Delf nos tenía más sorpresas, ya que en otra iglesia nos encontramos con la tumba de Johannes Vermeer ¿lo recuerdan? ¡el pintor de La joven de la perla! También encontramos su casa, hoy convertida en museo.

Caminando por callecitas, mayormente peatonales y adecuadas también para bicicletas, entre canales y a la sombra de árboles, hicimos un gran recorrido, entramos a varias iglesias, nos detuvimos en placitas, admiramos hermosas y coloridas fachadas y, al ritmo europeo tranquilo y pausado, nos detuvimos varias veces en cafecitos a calentar las manos y el estómago, degustando pastelitos, café y té y en un restaurant una deliciosa crema caliente de setas que nos volvió la energía.

Las iglesias, muy altas y llenas de luz, me gustaron mucho. Distintas a las iglesias medievales que había estado conociendo, oscuras y llenas de imágenes, en éstas la luz natural entra por enormes ventanales y se respira aire limpio en su interior.

Al regresar a Rotterdam, al atardecer, tuvimos tiempo de admirar en la estación del tren el gran y ordenado estacionamiento de bicicletas con cientos de ellas ¡todo el mundo se traslada en bici!