El título no es mío, lo leí en alguna reflexión que me enviaron precisamente porque soy la última que está disfrutando esta enorme casa que heredamos los hijos, de parte de nuestros padres.

Esta casa se adquirió y se adaptó como si siempre íbamos a estar aquí los doce hijos o como si todos los descendientes fuéramos a estar entrando y quedándonos constantemente. Ocho recámaras en una casa estilo colonial mexicano ¡y es sólo la mitad de la casa original! Todo es grande, amplio, cómodo, alto, con abundante madera, mi papá gozó diseñando cada detalle. Llegué a vivir en ella en plena adolescencia, a un mes de cumplir 15 años de edad; mis hermanos mayores ya no estaban, se habían casado o estudiaban fuera.  Estábamos ocho hermanos, mi papá, mi mamá y Firulais. Con esfuerzo de todos pulimos el piso para que brillara y se viera desde la gran puerta frontal y mi mamá se sintiera orgullosa; pronto se llenó de plantas en macetas o en jardineras en el patio delantero; trabajamos mucho y en equipo para hacerla más hermosa de lo que ya era.

Pasaron los años, los hermanos se fueron yendo a hacer su vida y se fue quedando la casa sola y Firualis, un fox terrier pelo liso, que marcaba territorio en todas las macetas, dueño y señor de la casa se hizo viejo y murió y vino su hijo a ocupar el puesto y luego su nieto y su bisnieto ¡creo que ha habido siete en la familia!

Y mis padres envejecieron, y su energía fue mermando y quedábamos sólo tres en la casona y Firulais. Y todos nos poníamos tristes si llegaba el sábado y los descendientes no venían a casa.

Cuando papá envejeció y enfermó venían todos cada fin de semana. El día de su funeral una nieta pequeña hizo un croquis para que todos estuviéramos enterados de quién estaba en cada recámara y en cada cama de esta inmensa casa. En la casona fue su despedida, vino muchísima gente a despedirle y se llenó de flores y de aromas deliciosos que hacían sentir paz y amor.

Ocho años después despedimos también a mamá, como ella hubiera querido en la reunión familiar de Navidad aquí en la casa de los abuelos; una Noche Buena que fue un encuentro de amor filial y que los nietos asombrados observaban ¿por qué tanta paz en los hijos? De nuevo la casa se llenó de flores y de gente querida. La comida de Navidad se sirvió a todos los presentes como un bocadillo.

Esta casa nos cobijó en los últimos 29 años de papá y 37 de mamá; arropó excelentes momentos, otros difíciles, otros tristes, grandes fiestas o pequeñas reuniones con seres queridos; en el gran pasillo se celebraron algunas Misas; en el comedor una boda civil que festejamos por toda la casa y también el día del matrimonio religioso. Inolvidable el 55 aniversario del matrimonio de los abuelos. Entre las reuniones maravillosas que se hicieron tradicionales estaba la comida de Navidad cada 25 de diciembre. Se ponía una gran mesa de al menos diez metros o más en el pasillo, se decoraba con exquisitez y en el patio en las sombras las mesas de la comida. Entre los abuelos, los hijos, los yernos, los nietos y sus parejas y sus hijos solíamos reunirnos alrededor de 60 personas o más ¡y la casa de los abuelos nos arropaba y nos sentíamos seguros y felices!

Hoy a nueve años de la partida de mamá se hace necesario despedirnos de esta memorable y entrañable casa, nuestro hogar por muchos años. Sí se siente gran nostalgia y mucha emoción y es lo mismo que he visto vivirlo con otras familias, es triste pero es un paso obligado ¡Nos quedan muchos recuerdos! ¡Gracias por el gusto enorme de habitarla! ¡Gracias papá y mamá!