Por la ruta de la intolerancia
Deteneos hombres y mujeres que pasáis. Deteneos y escuchad.
Escuchad la voz de Sevilla, voz herida y melodiosa, la de su memoria que es también la vuestra, es judía y cristiana, musulmana y laica, joven y antigua, la humanidad entera en sus sobresaltos de luz y sombras, se recoge en esa voz para extraer del pasado fundamentos de esperanza.
Aquí como en otros sitios, se amaba y se odiaba por razones oscuras y sin razón alguna, se hacían rogativas por el sol y por la lluvia; se interpretaba la vida dando muerte, se creía ser fuerte por perseguir a los débiles. Se afirmaba el honor de Dios pero también la deshonra de los hombres.
Aquí como en otros sitios la tolerancia se impone, y lo sabéis bien vosotros, hombres y mujeres que escucháis esta voz de Sevilla. Sabéis bien que, cara al destino que os es común, nada os separa puesto que Dios es Dios. Todos sois sus hijos a sus ojos. Todos los seres valen lo mismo. La verdad que invocan no es válida si a todos no los convierte en soberanos.
Ciertamente toda la vida termina en la noche, pero iluminarla es vuestra misión.
Por la tolerancia.
Elie Wiesel
Estas palabras escritas en una piedra por un premio Nobel por la Paz a un lado del monumento a la tolerancia (un gran abrazo en hormigón café en la orilla del Guadalquivir), son un recordatorio de lo que ocurrió en la ciudad de Sevilla, al igual que en muchos otros lugares de la Tierra, hechos de intolerancia, oscuro pasado como la matanza de judíos sefardíes en 1381 cuando se destruyó la Aljama de la ciudad, su persecución y la imposición de convertirse al cristianismo, su expulsión en 1481 y luego un edicto definitivo de expulsión en 1492 de los judíos no conversos, mientras Colón viajaba al mismo tiempo hacia el descubrimiento de América. Otro ejemplo es la persecución de moriscos en la segunda mitad del siglo XVI. La Aljama de Sevilla, mejor conocida como la judería, era una especie de un pueblo dentro de la ciudad, construida a un lado de la muralla, pero con otra muralla que la protegía y su propia puerta para defenderse.
La Inquisición, que aún hoy nos atemoriza, se instaló en Sevilla en 1481 en el Convento de San Pablo (hoy Iglesia de la Magdalena), pero debido al enorme impacto que tuvo, ya que sólo el primer año se quemaron alrededor de dos mil personas y se detuvieron muchas más, se cambió la sede al Castillo de San Jorge en Triana, a la orilla del río Guadalquivir, del cual sólo quedan restos de algunos muros, cimientos y su entrada principal frente al río. Tenía originalmente 26 cárceles secretas y era una enorme fortaleza. La inquisición operó igual que en otros lugares, deteniendo personas porque eran denunciadas, muchas veces sólo por venganza aunque fueran inocentes, como a Santa Teresa de Jesús y muchísimos más personajes de la época que sufrieron por esta institución. Sevilla tiene el “honor” de la ser la cuna del Santo Oficio.
Hoy sobre sus restos está un museo que sirve para reflexionar sobre los actos de represión, intolerancia, injusticia, abuso de poder, términos que nos suenan tan actuales tristemente.
«Homo homini lupus»
Hay cosas que nunca debieran olvidarse aunque lamentablemente los errores se repiten a lo largo de la historia.
¿Será acaso parte de nuestra condición?
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Por eso son tan importantes estos monumentos y estos lugares, para mantener la memoria viva y que no se vuelva a repetir y si, tienes razón, la memoria del hombre desgraciadamente es frágil. Gracias por visitar mi lugar y espero verte de nuevo por aquí. Esta próxima semana tendré novedades. Saludos y un afectuoso abrazo.
Paty Michel
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