Hay diversas opiniones de cuáles ciudades unía, aunque hoy se dice que parte de Sevilla y termina en Gijón, es decir de sur a norte. Este camino también es parte del Camino de Santiago, que inicia en la Catedral de Sevilla. En lo que todos están de acuerdo es que el nombre no tiene nada que ver con su uso, porque nunca se trasladó plata por allí.
Intenté hacer el camino con mochila al hombro, pero en tren y autobús y con desviaciones, pero a medio camino me ganaron el cansancio y las ganas de ver a mi familia tras cinco meses en estos lares y aunque era un sueño que tenía desde hace muchos años, el de recorrer el interior de España de esa manera, me siento satisfecha por las ciudades que conocí.
También influyó que los viajes normalmente los planeo e investigo algo antes, respecto qué voy a ver y en este caso no lo hice, porque decidí en dos días el viaje y el tiempo se me fue en otras cosas, por otro lado desde que inicié el viaje ya estaba cansada, así que sí fue aventura. Sólo llevaba en mi bolsa un mapa de la ruta, marcada por un amigo y sus consejos y algunas aplicaciones útiles en el celular (móvil), para ver horarios de tren, buscar restaurantes y reservar hoteles.
El mismo día por la tarde tomé un autobús a Lisboa, aunque no forma parte de la Ruta de la Plata, me pareció que estando tan cerca sería un desperdicio no conocerla. El autobús hizo menos de tres horas a través de paisajes suaves, con pueblitos que se antojaban hermosos, pequeñas colinas con huertecitas de olivos, ríos y campiñas pedregosas. Llegar por la noche a Lisboa es espectacular, ya que se llega cruzando un anchísimo río a través de un larguísimo puente iluminado y viendo la ciudad en la otra orilla como una joya de mil diamantes. Estuve tres días inolvidables, hay mucho que conocer de esta ciudad, mucho que caminar y así lo hice, mucho que vivir y delicias para comer. Al igual que en Brasil, su pariente lejana, la tradición del pan es la misma, salado y dulce, relleno de carne o miel y nueces y café fuerte, exquisito. Lisboa fue todo un descubrimiento, una ciudad viva, vibrante, culta y hermosa, ya dedicaré una nota completa a ella o varias.
El último día desde la Terminal de autobuses moderna y funcional, que también es la estación de trenes de media distancia, nacionales e internacionales y del metro, tomé un autobús a Cáceres, a poco más de tres horas de distancia. Viajé de día para conocer el camino y ahora me despedí de la ciudad cruzando el larguísimo puente bajo un brillante sol que se reflejaba en el río que se confunde con una gran bahía. En la bolsa dos panes, un salado relleno de carne picada y un dulce cargado de pasas, nueces y avellanas bañado en miel que me duró, pellizco a pellizco, tres días y acabó en manos de una señora puertorriqueña que conocí en un tren y que llevaba muchas horas sin comer.
De Cáceres a Salamanca no hay servicio de tren. De hecho, en España el tren es muy centralista, ya que todos van a Madrid, pero no hay red que de servicio de sur a norte en el occidente, así que de nuevo tomé un autobús y en poco más de tres horas entré a Salamanca y así pasé de Extremadura a Castilla-León. La aclaración la hago porque me gustan mucho los trenes y es lamentable que en México, teniendo una enorme superficie y hermosísimos paisajes, tengamos apenas una ruta de pasajeros.
En esta ciudad me atrapó el cansancio y la añoranza ¡quería ver a mi familia! Y a pesar de que el plan era llegar hasta Santiago de Compostela, modifiqué el plan, saqué mi mapa y viendo la manera de regresar a Sevilla y a insistencia de una de mis hermanas partí hacia Ávila. Allí si pude tomar un tren cargado de gente que volvía de hacer el Camino de Santiago y yo observándolos con los ojos verdes de envidia. Llegará un día mi Camino de Santiago, las botas ya las tengo.
Desde las ventanas del tren vi la hermosísima muralla de Ávila, la más hermosa que he visto hasta hoy. Llegué temprano y dispuesta a dedicarle todo el día y seguir mi camino, así que me puse a los hombros la mochila, ya muy cargada de recuerdos y caminé hacia el centro histórico, armándome a la pasada con un kilo de cerezas y tres enormes melocotones, que sé que extrañaré mucho en México. Cerca de una puerta de la muralla entré a una oficina de turismo por un mapa e instrucciones de qué ver en una visita rápida, luego me trepé en un trenecito turístico, con la ventaja de que así ves todo lo más interesante y puedes medir distancias para caminar luego y elegir bien el camino. De pronto me di cuenta de la importancia de Santa Teresa para esta ciudad, sus recuerdos están por todos los rincones. El trenecito hizo una parada en un mirador y tuvimos oportunidad de tomar fotos panorámicas de la ciudad preciosas.
Tomé el tren a Madrid dispuesta a alcanzar el último tren a Sevilla, pero Madrid era un caos por una huelga en los trenes y en la estación de Atocha me esperaba una gran fila y un solo empleado atendiendo. Estuve allí un rato hasta que calculé que por el tiempo que tardaban en atender a los pasajeros yo no alcanzaría a irme, entonces salí de la estación y busqué una agencia de viajes que encontré a dos calles y regresé feliz con un boleto a tiempo de tomar el tren a casa.
Nueve días después, muy feliz y cansada, pero muy satisfecha de mi recorrido por parte de la Ruta de la Plata, me preparé para mi siguiente viaje ¡allá voy Holanda! y de allí, por fin, México lindo y querido… el resto es la historia en el aeropuerto de Houston.